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Última parada

En montañas antioqueñas, con expectativa de llegar y en un suspiro súbito que no alcanzó a resoplar, 132 narices dejaron de airear. Entre paramuna oscuridad, creyeron que a su pájaro no le quedaba sino arribar.  Antes de que sus cuerpos de a poquito se estallaran  ¡La tranquilidad!  Reinó un halo sobre las cabezas entonces desprevenidas  inocentes de la fatalidad  como en toda tempestad.  Sintieron, engañadas las narices un tenue vibrar del avión y en los pechos camanduleros la llamada muerte del justo en sutil canción se avivó. En un sosegado cerrar de los ojos  ante la ideal temperatura del cuerpo  con los besos deseados en el asiento del lado  y entre las inocencias de quien cree haber llegado 132 narices dejaron de soplar.   En su último baño y para ser limpiados con el lago de Campanas los cuerpos se aparearon. La serenidad de quienes murieron  asentó entre páramos tres cruces. La memoria de los caminantes acrecenta en las cruces el musgo  en el agu
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Oda a una pierna

 Durante mi marcha militar, tú fuiste corista. Huiste a tiempo de la mapaná y nadaste contra las corrientes del Campuya. Trastabillaste, fiel a mí, cuando la ayahuasca hasta el vómito nos tumbó; también cuando el cedrón supo curarnos los revoltijos y las lombriceras en la barriga. Supiste pisar largo cuando la maleza nos estropeaba, y corto y sigiloso cuando el enemigo, camuflado, la vida nos pedía. "La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes", así sonaba Silvio Rodríguez cuando en el campamento, ignorando la interferencia de la radiola, tú querías bailar, tú querías cantar. Después, durante el servicio que diligentemente le prestabas a la Nación, pisaste como con el pie izquierdo y en un estallido abrupto te desprendiste de mí. Te arrancaron de mí, dicen los médicos; a mí me gusta creer que esa noche te quitaron los grilletes, viste la reja abierta y no resististe la tentación de salir volando. Yo, aturdido, no te pude ver. Pero me imagino que los vellos fueron

Suélteme y me olvido de mamá

Sonaba el bolero: "Cuatro puertas hay abiertas al que no tiene dinero: el hospital y la cárcel, la iglesia y el cementerio..." Era raro que en el psiquiátrico sonara música, pero este era ya un día raro. Sonaba ese bolero y no podía ser más propicio para la ocasión. Mientras Manolo, el celador de la mañana, lo escuchaba, a un candado de distancia de él una conversación catastrófica  sucedía entre Alex y Mariela. - Usted no quiere sino esto pa´ mí.  - Lo mejor que le puedo ofrecer es otro manicomio... es eso, o lo suelto y se olvida que tiene mamá.  - Listo. Entonces suélteme y me olvido de mamá.  - ¿A usted no le da pena? Vea, ¿qué dirá la gente?   Preguntó Mariela señalando a Manolo con sus labios y plácida al verse ganadora de la conversación. Entre Alex y Manolo se repartieron la vergüenza, reconocieron que con ella cualquier conversación queda finiquitada y en una complicidad casi erótica, se miraron y cantaron mentalmente, exactamente lo mismo: "... el hospital y l

El día del estruendo

 Al final, decidió tomar un taxi. Soñaba, no transportarse, que lo transportaran. Que lo condujeran, no conducir. Sentir la brisa anhelada por todo can ante la ventana trasera de un auto. Que lo condujeran y no sentir terror por los guardias, dolor ajeno por los baches, ni angustia por los trancones. Mejor un taxi, para que las responsabilidades y las culpas las asumiera otro. Quizá un ex-presidiario o un ex-marinero a quien las olas le despreciaron... tal vez un jovencito que para su ocio y laburo no tiene más que el Mazda 323, modelo 1992, de su malgastado padre... en el mejor de los casos, un ejemplar padre de familia que desde hace veinte años no ha hecho sino conducir -a otros- y que con callos en la espalda y la mano izquierda en abundancia bronceada, ya no sabe a dónde conducirse. Mejor tomar un taxi , se insistía a sí mismo.  Creyó estar vestido para la noche: de negro, como para tomar un taxi sin sentir temor, mejor, causándolo. Convencido, además, que de la juntura de amarill

Cake Topper

 Años atrás, cuando con adolescencia no podíamos ni sospechar el ocaso de los días, Tomaso fue para este hombre un gran amigo. Luego, con el trasegar de cada uno, ambos se diluyeron, uno en sus viajes, otro, Tomaso, en la gran factoría que lo acogió como empleado. Ni de amores platicaron, y eso que ese es un tema que poco callan los hombres. Todo entre ambos fue silencio. Eventualmente se reunieron, nada significativo, conversaron del mismo modo que lo hace un notario ante algún demandante: con absoluto cumplimiento de deberes.  Tomaso decidió casarse con quien, para su amigo , solo representaba extrañeza, apenas podía juzgar el rostro de la novia: parecía una mujer amable, como que la ves y al instante, sin miramientos, proyectas la imagen de un anciano tirando arroz seco a las palomas, o mejor, a un rubio de dos metros tomando fotografías a niños negros del Sudán. En fin, connotaba altruismo, así fuera falso.  Con formalidad -diría uno que con distancia-, Tomaso escribió un mensaje a

Novo

 Hoy me enteré que Beethoven, a sus 28 años, escribió su testamento. Me pregunto si su genio encontró en tal número virtudes adivinatorias e instintivas con las que predecir la muerte. Me entero de este pormenor histórico cuando, con intensidad y frecuencia, he creído oportuno escribir el discurso que será recitado en mi entierro. Esta, por supuesto, solo será una nota que sirva de antesala a aquel discurso, una nota del todavía no; una nota que se conforma, de momento, con plasmar el objeto de escritura: evitar a los vivos hipocresías, enaltecimientos falsos y alabanzas perennes. Pues debe ser dicho: nada más falso que un novo doliente. Que sepan los invitados que aún en mi entierro me niego a mis -supuestas- virtudes, así que ahórrense los halagos, me niego a ellos, pues quien acepta un halago, empieza a ser dominado, y yo seré un rebelde, también en la intimidad de mi caja.  Escribiré ese discurso, tal vez pronto, con un sosegado sentido de ahorro. Los dolientes se ahorrarán unas t

Quemadura

Esta era una mujer que deseaba, con las ganas que la rana añora el primer croar de la mañana, divorciarse de su esposo. Y lo hubiera logrado desde hace mucho si no fuera por el anillo, el maldito anillo , que desde 1999 yacía adherido, soldado, engomado a su anular derecho. Cuando intentó divorciarse rompiendo el oficio eclesial, la secretaria de la oficina cural le dijo:  No puedes, no mientras ese anillo siga adherido a ti . Alguna vez intentó divorciarse, cual contadora de tragedias, numerando uno por uno los golpes recibidos por parte de su esposo, sin embargo, durante la audiencia, el juez concluyó: La solicitud de divorcio esta desestimada, y así lo estará mientras ese anillo continúe en su anular . Otra vez, incluso, mató a su esposo decidida a declararse viuda y, por fin, libre; sin embargo, en las calles del pueblo se chismorreaba: No, no se va a liberar siempre y cuando ese anillo alumbre su mano . Hasta que un día, desprevenida y con pereza dominical, proyectando no lavar tr

Octubre 14

 En vida hemos de apropiarnos de las horas: recreamos la hora del té, la del trabajo o el descanso, la de dormir o de despertar. Llegada la muerte, todas las horas son válidas. En esta ocasión fueron las 18 horas y 08 minutos, del 14 de octubre de 2021.  Desencajada la mandíbula uno tras otro  y sin nocturno bruxismo botará sus dientes.  Extensos arcos  entre las clavículas  resguardarán vacíos anunciarán  de la carne joven su olvido. Blanquearán los palatinos por los versos jamás recitados pesará la lengua.  Ocres fluidos  eternizarán el lecho  ¡humedad final! ¡Desacostumbrarse a la presencia! Querrán los vivos.  En una inédita velada se reunirán lágrimas y chanzas. La palabra y el recuerdo triunfarán a la hora del café.  A don Jorge, Q.E.P.D.   

Pantallas

  El más allá  ha representado, por siglos, un espacio-tiempo desconocido; gráfica, textual y, por supuesto, imaginativamente ilustrado. Se le ha dicho paraíso, valhalla, edén, éter, olimpo, gloria, purgatorio, infierno, hades, gehena, sheol, entre otras que, según la vinculación mítica de turno, refieren al lugar de arribo tras la muerte; casas logradas, quizá compradas, con el fallecimiento; un crédito hipotecario que solo se aprueba con el cierre definitivo de los ojos.  El ruiseñor de América lo llamaría  cielo,  de hecho cantaría con bohemia y rapsodia: ¡E n ese   más allá que llaman cielo!  Ha sido, entonces, una manera de nombrar lo "inobservado", los habitáculos del ser después del eterno silencio de los labios.   Hora del deceso: 18 horas con 45 minutos, posiblemente por afección pulmonar. Aurelio, en la sala de espera verás a sus hijos, infórmales la noticia... sí, seguro están allí, vinieron desde temprano a recoger a su padre, hoy íbamos a darle el alta médica...

Enero 31

Cuando alguien muere también rituales fúnebres  al lenguaje cantan.  Llorarán los santos y los diccionarios por cuantas palabras entre personas ya no se mencionarán.  Si silenciará un nombre acaso un apodo con el último suspiro del cuerpo.  No se cantará más un natalicio ni se prenderán las velas  o se obsequiarán  como cada año las mismas medias.  Morirá también la bocina de un teléfono... su base servirá de sepultura  y no se le acercarán más las bocas.  En los cajones curtidos del tocador se archivará un timbre... solitario cumplirá la condena de no ser más  el sinónimo de un llamado.   El difunto ya no leerá ni el lomo de sus libros apilados. Ya no le leerán con aburrimiento sus hijos  sino que elevarán plegarias  demandando para su muerto el paraíso.  Ya unos ojos  no leerán ni la fecha del periódico dominical ni renegarán de las voces displicentes del noticiero matinal.  A ese cuerpo que con fervor se eleva  no lo llamarán más sus hijos ni la hermandad diligente ni sus putas tris