En montañas antioqueñas, con expectativa de llegar y en un suspiro súbito que no alcanzó a resoplar, 132 narices dejaron de airear. Entre paramuna oscuridad, creyeron que a su pájaro no le quedaba sino arribar.
Antes
de que sus cuerpos
de a poquito se estallaran
¡La tranquilidad!
Reinó
un halo sobre las cabezas
entonces desprevenidas
inocentes de la fatalidad
como en toda tempestad.
Sintieron,
engañadas las narices
un tenue vibrar del avión
y en los pechos camanduleros
la llamada muerte del justo
en sutil canción se avivó.
En
un sosegado cerrar de los ojos
ante la ideal temperatura del cuerpo
con los besos deseados en el asiento del lado
y entre las inocencias de quien cree haber llegado
132 narices dejaron de soplar.
En
su último baño y para ser limpiados
con el lago de Campanas
los cuerpos se aparearon.
La serenidad de quienes
murieron
asentó entre páramos tres cruces.
La memoria de los caminantes
acrecenta en las cruces el musgo
en el agua orienta las corrientes
y de lila ilumina el alba y el ocaso.
A
las 132 víctimas del accidente aéreo del 19 de mayo de 1993 en el Páramo de
Frontino.
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