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Mostrando entradas de noviembre, 2022

Última parada

En montañas antioqueñas, con expectativa de llegar y en un suspiro súbito que no alcanzó a resoplar, 132 narices dejaron de airear. Entre paramuna oscuridad, creyeron que a su pájaro no le quedaba sino arribar.  Antes de que sus cuerpos de a poquito se estallaran  ¡La tranquilidad!  Reinó un halo sobre las cabezas entonces desprevenidas  inocentes de la fatalidad  como en toda tempestad.  Sintieron, engañadas las narices un tenue vibrar del avión y en los pechos camanduleros la llamada muerte del justo en sutil canción se avivó. En un sosegado cerrar de los ojos  ante la ideal temperatura del cuerpo  con los besos deseados en el asiento del lado  y entre las inocencias de quien cree haber llegado 132 narices dejaron de soplar.   En su último baño y para ser limpiados con el lago de Campanas los cuerpos se aparearon. La serenidad de quienes murieron  asentó entre páramos tres cruces. La memoria de los caminantes acrecenta en las cruces el musgo  en el agu

Oda a una pierna

 Durante mi marcha militar, tú fuiste corista. Huiste a tiempo de la mapaná y nadaste contra las corrientes del Campuya. Trastabillaste, fiel a mí, cuando la ayahuasca hasta el vómito nos tumbó; también cuando el cedrón supo curarnos los revoltijos y las lombriceras en la barriga. Supiste pisar largo cuando la maleza nos estropeaba, y corto y sigiloso cuando el enemigo, camuflado, la vida nos pedía. "La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes", así sonaba Silvio Rodríguez cuando en el campamento, ignorando la interferencia de la radiola, tú querías bailar, tú querías cantar. Después, durante el servicio que diligentemente le prestabas a la Nación, pisaste como con el pie izquierdo y en un estallido abrupto te desprendiste de mí. Te arrancaron de mí, dicen los médicos; a mí me gusta creer que esa noche te quitaron los grilletes, viste la reja abierta y no resististe la tentación de salir volando. Yo, aturdido, no te pude ver. Pero me imagino que los vellos fueron