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Mostrando entradas de enero, 2020

Darío

Cuando llegó a la esquina, su compañera no estaba. Yacía desarmado e insignificante el candado que antes la custodiara.   En las mañanas, cuando la recogía, Don Darío se decía a sí mismo: "¡ cómo me duele el alma!" . A l llegar y no verla, se dio cuenta de su mentira y se reprochó por decírselo a diario; se enteró por fin que el alma no duele y que su angustia, en realidad era hambre.  - No puedo vivir sin la papita.  - Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar nunca. Eran algunas de las frases baratas que pasaban por su cabeza en ese momento de filo. Sin embargo, la que más resonó, fue aquella de ese ex-presidente indecoroso: - Trabajar, trabajar y trabajar.  ¡Y cuánta ira tuvo! Aún con tanto dicho y memoria, la carreta del reciclaje ya no estaba.    

Catorce cervezas

En mi barrio los nombres eran, con cualidad onomástica y brasilera, futboleros:   Ronaldo, Stivenson, Dalexandro -sin doble "s" ni apóstrofe- o Arleyson. De hecho, como este último, se llamaba el adolescente de extra-edad que cursaba conmigo bachillerato.    Era más alto que los demás; todos quisimos tenerlo en nuestro equipo de fútbol: su pierna derecha era un cañón encendido. Nada de sociales, español o matemáticas: "No hace falta cerebro, en el mundo hacen falta goles", decía con petulancia merecida de su talento.  Un domingo de agosto, después de ese partido en el que ganaron por cuatro al barrio Antonio Nariño y del que salió goleador, se quedó con Manuelson a tomarse unas pintas. En la cancha que entonces auspició de bar, se hicieron las quince, las dieciocho, las veintiuna y quince minutos más. Se apilaron las siete, las nueve, las once y las catorce botellas. Se hizo su alardeo en dos, cuatro, seis, ocho y otros comentarios (de más). La arrogancia se conv

Añoranza de un muerto

Pienso en ella y eso basta para peinarle el cabello que por erosión se le enreda. Hay visibles eternidades entre su boca y la mía: lejanas se encuentran como los lamentos de otros. Sus ojos apenas pueden esquivarme. Los centímetros de arena que nos separan, como intratables caminos se asientan. Me está gustando su silencio; me encanto, con blancura y humedad,  como los gansos en el estanque; ha de ser porque la estoy queriendo, rígida y con frialdad, como los pingüinos en el glaciar, igual que aquí, entre las catacumbas. 

La otra cara del diablo

El diablo no encarna un malvado ser, el monstruo no aparece, el difunto no se levanta, del purgatorio no se escuchan llantos, lamentaciones o agonías; el cielo no se opaca ni de él caen los estruendos del apocalipsis, la tierra no se abre ni de ella salen verdugos. En San José de Uré se aparece el diablo, pero no es una bestia, tampoco es una comunión de difuntos malolientes, ni mucho menos la venganza del cielo y la tierra; allí se aparece el diablo, un viejo rojo y enmascarado, a veces negro y a veces no tanto, a veces duro como el pasar de cien años, a veces triste, melancólico y colérico, a veces existe y en ocasiones prefiere ocultarse: en la palabra que se vuelve maleza, en el canto que se vuelve arroyo y corre, en el viejo verso que es pez, pesca, pescador y herencia; en el tambor que es árbol, es carnero y es humanidad, en el rostro que es hoy y es ayer, en la vida del uresano, donde el diablo es memoria de la libertad y de la valentía afrocolombiana. Publicado por prime

Cruzar

El cerrojo estalló de repente generando una llama que empezó incinerando la puerta y, con su estruendo, despertando a Jacobo; él se paró incómodo y con el corazón en la mano -como decía su abuela cada que se asustaba por la presencia de los muchachos -, cuando otro estruendo, ahora desde su cuarto, lo ponía en alerta. Ya era la ventana de su habitáculo la que ardía, ¡estaba rodeado! Así que tomó el taburete y lo arrojó estampándolo contra los restos de puerta y, en medio de la balacera, no tuvo más remedio que huir de las llamas cruzando la calle y habitar ese otro lado donde lo único que representaba era enemistad: ya era objetivo militar.

Olvido

¡No, no queremos víctimas! !No, no espere clemencia! ¡No, damos caridad a los rojos! ¡No, no somos centro de beneficencia! Fueron las respuestas que recibió Josefa con su llegada a Medellín. Vislumbrar la tristeza no fue una buena estrategia para pedir ayuda. Entonces, frente al retrovisor de un Reanult Doce modelo 1980, se quitó lo único que quedaba de su exilio y el asesinato de Simón, su esposo: el mugre de sus pies y las lágrimas de sus ojos.

El tránsito de Pacheli

"Dame cinco mil en basuco", b albuceó Pacheli con voz ronca ya engarrotada por el sacol. La muerte de su madre en manos de una bala perdida en el Barrio Pacheli, el abandono y desconocimiento de su padre, el primer bareto armado para la complacencia de su hermano, el encarcelamiento de su hijo de diez y nueve años, y la muerte de su cónyugue en el portón del hospital Sagrado Rostro lo arrojaron a la calle. La sobredosis, la muerte y la liberación, todo por cinco mil pesos.

Dos

Eduardo se puso en cuatro , respiró agitado y expectante hasta que Alonso terminó de bajar su tanga; con un  brusco movimiento le penetró hasta el borde de la garganta, rosando con su falo el esófago de aquel. No hubo antes en la tierra dos hombres con los pelos tan encrispados. Después se sorprendieron amándose, mirando el techo en una absoluta congestión de piernas.

Inventario

Se levantó el maestro, como todas las mañanas, aun a oscuras, y metió las manos en su aljibe para, con agua lluvia, despertar el rostro y asear los genitales. Tras eso, lo de siempre: vestirse, subirse las botas del jean para evitar el pantano, caminar los cincuenta y ocho minutos de bosque que lo separan del salón de clase, recoger a Estiven -el estudiante autista de tercero de primaria-, saltear de una en una las piedras del río Villa Esther, abrir el portón (como si de un corral se tratara) y esperar los demás alumnos en el salón de clase: una parcelación de escasos cuarenta y cinco metros cuadrados que guarda al aire libre cuatro vigas de teca que sostienen el techo de palma y resguardan doce pupitres para el domicilio de diez y ocho estudiantes, una pizarra desteñida y una caja con tres tizas desgastadas que no alcanzarían para escribir el nombre de todos los estudiantes.