Hora del deceso: 18 horas con 45 minutos, posiblemente por afección pulmonar. Aurelio, en la sala de espera verás a sus hijos, infórmales la noticia... sí, seguro están allí, vinieron desde temprano a recoger a su padre, hoy íbamos a darle el alta médica... No, es preciso que tú lo hagas, ve y entrena tus dotes de anunciador.
Sabrán ustedes, lectores saludables, que durante la agonía pueden ser tomadas panorámicas fotografías, a veces tétricas, de cuanto existe allá. ¿Qué es lo que viste? Preguntarán ustedes a quienes la sobrevivimos. Yo les diré que no solo pude verme sedado e incapaz de todo movimiento en una oxidada cama de hospital, sino que también, para sorpresa de ustedes, me encontré con una afinada capacidad de escucha: durante mi recaída pulmonar escuché a uno de los internos decirle al médico ...no sé qué hacer con este paciente; les escuché incluso bromear con mi estatura: uno de los internos, atrevido por demás, atinó a decir ...a este si nos lo mandaron cortico; escuché las sirenas de la ambulancia que me trasladaba y que por primera vez en la vida -¿o en la muerte?- no me aturdieron; escuché los minúsculos roses entre las pipetas de oxígeno que causaban un melódico tilín; escuché de mis hijos el raspar de las lágrimas por sus mejillas; escuché y supe que con oídos las miradas se afinan. Entonces, volverán a preguntar ustedes ¿Qué es lo que viste en el más allá? Y yo les diré: ¡Pantallas verdes y naranjas decoraron mi agonía!
Me pregunto si afuera las sirenas estarán causando angustias. Podría quedarme aquí, es posible que encuentre cómoda esta camilla. Siempre me pareció que las ambulancias eran conducidas a mayor velocidad, a menos que la muerte durante el tránsito se asome, en ese caso ¿para qué la prisa?
De las
verdes diré que transmitían, del mundo, la esperada paz; apaciguaban hasta mis infecciosos órganos. Sin embargo, no estaba yo entre tal verdor... como digo,
solo podía verlo a través de una pantalla, como si todos los dioses por los
hombres inventados hubieran acordado mostrarme el más allá, aunque
decididos a no dejarme entrar; como si la agonía fuera el boleto tan solo para
expectantes, para quienes aún no entramos al campo
de juego, para quienes por la enfermedad compramos un tantico de mirada. Yo
estaba ahí, inamovible en mis tribunas: una unidad de cuidados intensivos que con ambulancias se alternaba.
A ver, busquemos un mango pintado. Por aquí no veo, ¡ah! En aquella rama. ¡Eso! Este es el más rico. ¡Ay! Viene papá, si me ve aquí me regaña. Aquí me escondo. ¡Ac! Me manché la camiseta, ¿ahora qué le digo a mi mamá? ¡Jm! A ella como le gusta, siempre dice que está nueva. Ya sé, les voy a compartir de mis mangos, así no se enojan. Esos de aquella rama se ven maduritos, esos sí les gustan.
De las naranjas, como teatrero sobre las tablas y en un elogio a la memoria, sinuosamente me vi actuando mi pasado. Entre las piernas húmedas y rojizas de mi madre presencié mi nacimiento y otras nimiedades; me vi subir de nuevo al árbol de mangos que de niño trepé y por el castigo de mi padre, también allí lloré. Sospecho que ruborizada será mi morada.
Nota: inspirado en el relato de don Álvaro, luego de su paso por una unidad de cuidados intensivos.
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