Ir al contenido principal

Novo

 Hoy me enteré que Beethoven, a sus 28 años, escribió su testamento. Me pregunto si su genio encontró en tal número virtudes adivinatorias e instintivas con las que predecir la muerte. Me entero de este pormenor histórico cuando, con intensidad y frecuencia, he creído oportuno escribir el discurso que será recitado en mi entierro. Esta, por supuesto, solo será una nota que sirva de antesala a aquel discurso, una nota del todavía no; una nota que se conforma, de momento, con plasmar el objeto de escritura: evitar a los vivos hipocresías, enaltecimientos falsos y alabanzas perennes. Pues debe ser dicho: nada más falso que un novo doliente. Que sepan los invitados que aún en mi entierro me niego a mis -supuestas- virtudes, así que ahórrense los halagos, me niego a ellos, pues quien acepta un halago, empieza a ser dominado, y yo seré un rebelde, también en la intimidad de mi caja. 

Escribiré ese discurso, tal vez pronto, con un sosegado sentido de ahorro. Los dolientes se ahorrarán unas tantas mentiras: no tendrán que describirme más guapo, más interesante, ni más alto de lo que mi existencia alcanzó a ser. ¡Porque también quiero un discurso en el que de mí se reniegue! ¿O no tendrán quejas del novo ausente? Sépanlo, lectores, son más útiles las palabras que las flores. Son más certeros los reniegos que las adulaciones, pues los primeros podrían pasar por ciertos. Siempre es mejor llorar a un muerto con honestidad descarnada que con eufóricas falsedades.  

Comentarios

Entradas populares de este blog

La potencia del agua de panela

De la práctica de leer y de la práctica de escribir que a continuación relataré, soy el practicante. Avanzaré en procura de responder las maneras del con quién, el cómo, el cuándo, el dónde, el cuánto y el con qué de mis lecturas y escribires en la infancia: un período, por supuesto aproximado, entre mis 5 y mis 12 años de edad.    Las maneras del cómo, cuándo, dónde, cuánto y con qué, dependieron del “con quién”, así que empezaré por ofrecer tal respuesta; en otras palabras: Los “con quién” de mis prácticas lectoras y escritoras determinaron las maneras, los momentos, los lugares, las frecuencias y los instrumentos de desarrollo; y no solo porque fueran quienes estaban presentes en momentos específicos del ocurrir de la práctica, sino porque en sí mismos se erigieron como modelos o antimodelos del hacer. Un Día de mi Vida y sus “Con Quién” En primer lugar, se encuentra Josefina del Socorro Flores de Muñetones, mi abuela paterna y quien desde su casa en el barrio 20 d

Octubre 14

 En vida hemos de apropiarnos de las horas: recreamos la hora del té, la del trabajo o el descanso, la de dormir o de despertar. Llegada la muerte, todas las horas son válidas. En esta ocasión fueron las 18 horas y 08 minutos, del 14 de octubre de 2021.  Desencajada la mandíbula uno tras otro  y sin nocturno bruxismo botará sus dientes.  Extensos arcos  entre las clavículas  resguardarán vacíos anunciarán  de la carne joven su olvido. Blanquearán los palatinos por los versos jamás recitados pesará la lengua.  Ocres fluidos  eternizarán el lecho  ¡humedad final! ¡Desacostumbrarse a la presencia! Querrán los vivos.  En una inédita velada se reunirán lágrimas y chanzas. La palabra y el recuerdo triunfarán a la hora del café.  A don Jorge, Q.E.P.D.   

Última parada

En montañas antioqueñas, con expectativa de llegar y en un suspiro súbito que no alcanzó a resoplar, 132 narices dejaron de airear. Entre paramuna oscuridad, creyeron que a su pájaro no le quedaba sino arribar.  Antes de que sus cuerpos de a poquito se estallaran  ¡La tranquilidad!  Reinó un halo sobre las cabezas entonces desprevenidas  inocentes de la fatalidad  como en toda tempestad.  Sintieron, engañadas las narices un tenue vibrar del avión y en los pechos camanduleros la llamada muerte del justo en sutil canción se avivó. En un sosegado cerrar de los ojos  ante la ideal temperatura del cuerpo  con los besos deseados en el asiento del lado  y entre las inocencias de quien cree haber llegado 132 narices dejaron de soplar.   En su último baño y para ser limpiados con el lago de Campanas los cuerpos se aparearon. La serenidad de quienes murieron  asentó entre páramos tres cruces. La memoria de los caminantes acrecenta en las cruces el musgo  en el agu