El hombre que conducía la patrulla
presionó el acelerador, sobrepasó un semáforo en rojo e invadió un andén mientras se justificaba por el afán. Al llegar al edificio, el copiloto se bajó del auto con
igual prisa y, columpiando su cuerpo sobre el portón, logró abrirlo sin exigir más
fuerza; subieron las escaleras hasta el cuarto nivel, ambos con sus manos encañonadas, iban a la guerra;
volvieron a balancear su cuerpo, ahora sobre la puerta del departamento. Entraron
presurosos y ahí estaba: un cuerpo colgado, de un rostro ya tan violeta y
deforme, que poco o nada decía sobre su sexo. En el suelo y bajo la sombra del
cadáver todavía tibio, yacía expectante una nota esperando ser leída, la cual
fue tomada por el piloto y la que leyó en voz alta para la devoción de su
colega:
Dejemos las definiciones para las empresas, que proyecten ellas sus
alcances, que establezcan sus objetivos y que, posteriormente, los midan. Entonces déjenlas definir todo: su teoría, sus abordajes metodológicos, sus estrategias
contables, también sus financieras y las comerciales, todo; déjenlas que demuestren, a otros y a sí mismas, su eficiencia, su productividad y su calidad.
Pero los hombres no podemos limitarnos a la
definición; no podremos alcanzar objetivos si hay márgenes deteniéndonos. De repente, veremos que la libertad no viene al cuerpo y el alma
al escuchar ese cliché jurídico del libre albedrío, sino que viene de un halo
luminoso e inédito, similar al que produce el nacimiento, la muerte o el amor; viene, eso sí, de una
sensación que nos eriza los vellos de los brazos mientras extendemos los cuquitos
recién lavados y, como un relámpago, la ocurrencia de tres palabras nos atraviesan el guargüero:
“Mierda, somos libres”; y volvemos a callar mientras contemplamos un punto fijo,
quizá sonreímos y seguimos en las tareas domésticas, no nos decimos más, no
definimos más, apenas nos dejamos sentir, como un flechazo instantáneo que se
superpone a todo manifiesto.
Así que no me pidan definir mi libertad, porque estaría reduciendo todo lo que soy, y no puedo menos que ser esto y al mismo tiempo lo otro; no me pidan definir mi libertad, pues es probable que mañana cambie de opinión y, en ese caso, tendría que olvidar lo dicho; no me pidan definir mi libertad porque tendría que reconocer, con erudición y certeza, el mundo que habito; tendría, además, que soñarlo y embarcarme en busca de todo cuanto he soñado e idealizado. Déjenme, mejor, aquí: sin búsquedas superfluas, padeciendo el mundo, recibiéndolo, permitiéndole encontrarme, como dijera Pessoa hace un siglo: "definido por lo indefinido".
Así que no me pidan definir mi libertad, porque estaría reduciendo todo lo que soy, y no puedo menos que ser esto y al mismo tiempo lo otro; no me pidan definir mi libertad, pues es probable que mañana cambie de opinión y, en ese caso, tendría que olvidar lo dicho; no me pidan definir mi libertad porque tendría que reconocer, con erudición y certeza, el mundo que habito; tendría, además, que soñarlo y embarcarme en busca de todo cuanto he soñado e idealizado. Déjenme, mejor, aquí: sin búsquedas superfluas, padeciendo el mundo, recibiéndolo, permitiéndole encontrarme, como dijera Pessoa hace un siglo: "definido por lo indefinido".
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