Llegué tarde y él me lo reprochó.
Fue una sorpresa saber que los matones también exigen puntualidad. Llegué
incompleto y por eso él me castigó. Lo que no me sorprendió fue su intolerancia
con los puntos medios, al fin y al cabo, con los matones se trata de todo o
nada.
En el barrio ya se sabía que Pícolo había matado a tres. Sin embargo él poseía una especie de indulgencia barrial. Una membresía que ganaban los
matones cuando le decían a la gente: Yo
te cuido. Yo también sabía que aquellos tres habían muerto en sus manos. Y
lo supe con más intensidad cuando en ese partido que jugábamos contra su equipo
de fútbol, justo al minuto seis, le di un zurdazo tal al balón, a su balón, que
lo vi volar. Volaba: lo vi pasar sobre la malla repleta de rombos, pasó
sobre el árbol de guayabas que era un emblema para la comunidad y sobre las dos cabezas drogadas que creían
esconderse del mundo. Luego lo vi caer y juntarse con la podredumbre de la
quebrada La Hueso. Agarrados de los rombos en la malla, los jugadores vimos como el balón se fue y de a poco se desvaneció. Lo vimos con tal parsimonia que parecimos
asnos embelesados, mascando hierba y a punto de dormir. Pero Pícolo me despertó. Cuando estaba frente
a mí ya tenía en sus manos la navaja de desgarre, la de serrucho, no la de
corte fino. Se acercó tanto que la navaja ya estaba punteando mi pecho. Ahí fue
cuando me habló, lo recuerdo fuerte aunque no fue grito: Era un Golty. Lo quiero en mi casa a las siete. Y se marchó con su
banda. En ese momento ya no parecían equipo de fútbol, sí una secta dispuesta a matar con tal de defender hasta al más enclenque seguidor. Los vi salir del enmallado mientras seguí ahí sonámbulo, fingiendo ser un asno.
A las siete yo ya había
conseguido diseñar mentiras tan ridículas a mamá que conseguí dinero suficiente para comprar medio balón. Me creí responsable con él. Cuando llegué a su casa, era la única luz
encendida en esa calle que llamábamos La
Oscuridad. Él estaba en la puerta. Creo que fumaba o se comía las uñas. No lo sé. Yo quise mostrarme digno, aun con el dinero de medio balón. Llegué tarde y él me lo
reprochó. Fue una sorpresa saber que los matones también exigen puntualidad.
Llegué incompleto y por eso él me castigó, al fin y al cabo, era un Golty. Esa noche morí y supe que los
muertos en sus manos ya eran cuatro.
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