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Fisgón

Es la ansiedad, está tocando la puerta, toca como ansiosos gendarmes, toca y es holocausto, toca y casi me hace dudar. ¡Y cuánto grita! ¡oh! Claro que grita, grita mientras toca, pregunta por mí y por Lucía, pero Lucía no está, apenas estoy yo y mis miedos. Mis miedos se adelantan y se asoman por un borde de mi pecho, yo no me quedo atrás y me asomo por la ventana: corro con parsimonia la mugrosa cortina de mi sala despoblada, asomo un ojo y lo pongo a trabajar, y ahí la veo frente a la puerta principal: es la ansiedad, trae sombrero y el sombrero trae rayas; trae una mano larga, con la que toca la puerta, tuerca la mano hasta tumbarla y hacerla tronar; cayendo, esa mano se escucha en la totalidad de la tierra, incluso en la tierra tibia; y tiene ojos, sospecho que su mirada puede atravesar la puerta como un rayo. Entonces, durante mi ejercicio como fisgón, los miedos que caminan ya curiosos por mi pecho, preguntan: ¿Quién es? ¿Viene por nosotros? Y les he dicho que sí, les he dicho que ese monstruo distinguido nos acecha. Puse mi mano sobre la chapa, presioné su gatillo y abrí la puerta.    

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