Ir al contenido principal

La derrota del tonto











Intellectus, 
el latino, tomó su espada y danzó. Desde la tribuna se percibía la fuerza del bailoteo en una y otra pierna. ¡Por los Dioses! ¡Ese hombre parecía razonar! Parecía recibir los pensamientos de quienes asistíamos al circo:

¡Flagela primero sus piernas!
¡Atácale de frente y atenázale el cuello! 
¡Azota su pecho hasta que lo dejes sin aire!
¡Disciplina su espalda! 
¡Fusta sus ojos y déjalo ciego!
¡Pon la correa en sus genitales!
...

La espada de Intellectus cruzó el costado del tonto, crujieron las costillas pero el crimen estaba crudo. De repente, en la tribuna turbulenta, nos vimos celebrando folclóricos las facultades del héroe y las humillaciones del attonitus, quien dejó en la arena sus rodillas doblegadas, el cuello inmovilizado, el pecho abierto, la espalda cercenada, los ojos dislocados y, con la sevicia del caso, los genitales extraviados.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La potencia del agua de panela

De la práctica de leer y de la práctica de escribir que a continuación relataré, soy el practicante. Avanzaré en procura de responder las maneras del con quién, el cómo, el cuándo, el dónde, el cuánto y el con qué de mis lecturas y escribires en la infancia: un período, por supuesto aproximado, entre mis 5 y mis 12 años de edad.    Las maneras del cómo, cuándo, dónde, cuánto y con qué, dependieron del “con quién”, así que empezaré por ofrecer tal respuesta; en otras palabras: Los “con quién” de mis prácticas lectoras y escritoras determinaron las maneras, los momentos, los lugares, las frecuencias y los instrumentos de desarrollo; y no solo porque fueran quienes estaban presentes en momentos específicos del ocurrir de la práctica, sino porque en sí mismos se erigieron como modelos o antimodelos del hacer. Un Día de mi Vida y sus “Con Quién” En primer lugar, se encuentra Josefina del Socorro Flores de Muñetones, mi abuela paterna y quien desde su casa en el ba...

Última parada

En montañas antioqueñas, con expectativa de llegar y en un suspiro súbito que no alcanzó a resoplar, 132 narices dejaron de airear. Entre paramuna oscuridad, creyeron que a su pájaro no le quedaba sino arribar.  Antes de que sus cuerpos de a poquito se estallaran  ¡La tranquilidad!  Reinó un halo sobre las cabezas entonces desprevenidas  inocentes de la fatalidad  como en toda tempestad.  Sintieron, engañadas las narices un tenue vibrar del avión y en los pechos camanduleros la llamada muerte del justo en sutil canción se avivó. En un sosegado cerrar de los ojos  ante la ideal temperatura del cuerpo  con los besos deseados en el asiento del lado  y entre las inocencias de quien cree haber llegado 132 narices dejaron de soplar.   En su último baño y para ser limpiados con el lago de Campanas los cuerpos se aparearon. La serenidad de quienes murieron  asentó entre páramos tres cruces. La memoria de l...

El hombre que mira su reloj

Desde ese evento traumático en aquella terminal aérea, ese colombiano no volvió a mirar el reloj de la misma manera.  El trastorno de este hombre surgió en oriente, donde se sirve el agrio té chai, donde se saluda al sol y los templos se visten de babuinos y campanas con pintas amarillas y rojas. Podríamos, sin embargo, decir que el evento traumático se tejía desde antes, concretamente, desde que a este hombre, sus amigos le empezaron a llamar  El Árabe. Un apelativo con sentido, pues este era un hombre de barba espesa, cejas tupidas, de piel como canela y nariz aguileña. Pasajero de un vuelo diezmado, este hombre llamó la atención de algún guardia, quien lo tomo por sorpresa caminando al baño y le solicitó documentación. Este era, además, un colombiano promedio, incompetente con el inglés y desconocedor absoluto del idioma oriental.  La cuestión importante radica en narrar lo siguiente: el guardia no se creyó su incomprensión de los idiomas y ni si quiera ...