Cuando alguien muere también rituales fúnebres al lenguaje cantan. Llorarán los santos y los diccionarios por cuantas palabras entre personas ya no se mencionarán. Si silenciará un nombre acaso un apodo con el último suspiro del cuerpo. No se cantará más un natalicio ni se prenderán las velas o se obsequiarán como cada año las mismas medias. Morirá también la bocina de un teléfono... su base servirá de sepultura y no se le acercarán más las bocas. En los cajones curtidos del tocador se archivará un timbre... solitario cumplirá la condena de no ser más el sinónimo de un llamado. El difunto ya no leerá ni el lomo de sus libros apilados. Ya no le leerán con aburrimiento sus hijos sino que elevarán plegarias demandando para su muerto el paraíso. Ya unos ojos no leerán ni la fecha del periódico dominical ni renegarán de las voces displicentes del noticiero matinal. A ese cuerpo que con fervo...
Nació en Itagüí (Antioquia) en 1992. Creció en el constante tránsito entre los barrios 20 de Julio y El Socorro, donde fue provocado, por vez primera, entre grafitis y balaceras, su pensamiento literario. Es antropólogo de la Universidad de Antioquia y profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana. Autor del poemario "La dicha y después de ella".